Hagamos un ejercicio. Cierra los ojos. Piensa qué te evoca la leche en el pasado, en tu niñez, en tu adolescencia… A casi todos nos recuerda esas mañanas antes de ir al colegio, con el tazón de leche, en una etapa libre de preocupaciones y llena de ilusión. Seguro que también te recuerda a esas visitas a casa de la abuela, en la que la leche con galletas sabía mejor que en cualquier otro sitio del mundo. Dependiendo de las edades, también nos recuerda a esas mujeres que iban vendiendo leche visitando las casas de los pueblos. Esa leche que había que hervir, con un sabor intenso y puro.

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La leche está presente en nuestras vidas. Siempre lo ha estado. Y lo está. Es un alimento tan básico que a veces se nos olvida lo fundamental que es en nuestra nutrición, no sólo en la de los más pequeños. A pesar de sus beneficios, es maltratada a nuestro alrededor. Ya nos hemos acostumbrado a que nos cobren más en cualquier bar por una botella pequeña de agua que por un vaso de leche para tomar, por ejemplo, un descafeinado. En determinados supermercados, con las ofertas que se lanzan a menudo, también se llega a ese despropósito. El agua más cara que la leche.

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Por eso es importante que haya acciones encaminadas a promocionar el consumo de leche y productos lácteos en nuestra gran sociedad de mercado, como lo hace el Ministerio de Agricultura. Pero los embajadores de la leche tenemos que ser cada uno de nosotros, los que vivimos este sector y los que creemos en él, los que apostemos por el consumo de leche y los derivados lácteos. Esa leche que nos trae recuerdos puros de infancia. Nuestra leche.

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