Es el doble juego al que tienen que acostumbrarse los productores. Por un lado, está de moda el producto de proximidad, la carne o la leche que se produce a unos pocos kilómetros del domicilio del consumidor, dando valor a aspectos como la sostenibilidad, el mantenimiento del medio rural, evitar gastos de transporte innecesarios y, de paso, ahorrar en gasolina y respetar el medio ambiente… Se trata de productos de calidad que comienzan a tener un nicho de mercado cada vez más importante. Pero la otra cara de este doble juego es la globalidad. El ganadero que produce terneros en un pequeño pueblo de Salamanca o el que produce leche en un escondido valle del Principado de Asturias tiene que estar muy pendiente a la evolución de los precios en Australia, al veto ruso y, todo un clásico, a las modificaciones de la legislación europea que lleguen de Bruselas. Ahí también se parte el bacalao.

Consabidas voces expertas del sector del vacuno de cebo español suelen referirse a estos productores como los del milagro español. Compran los terneros a otros países del ámbito europeo, con una importancia creciente del antiquísimo bloque ex soviético, y adquieren los cereales también de forma mayoritaria fuera de nuestras fronteras. Alimentan esos terneros con los cereales y son capaces de producir animales destinados al sacrificio de una forma bastante competitiva. Siempre dependiendo de los vaivenes del mercado, eso sí, pero en ocasiones con rentabilidades más altas de las que tienen esos países que tienen los terneros y que tienen los cereales.

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¿Cómo es posible? Una cuestión así únicamente encuentra explicación en la extrema profesionalidad de los ganaderos españoles de cebo, capaces de ajustar raciones, métodos de trabajo y dimensiones de su negocio para conseguir exprimir la mayor rentabilidad por animal. En los tiempos actuales no se necesita únicamente ser bueno, sino que hay que ser el mejor.